En 1973, el tony Botoncito vestía otro uniforme. Luego de cumplir con el servicio militar, se enroló en las filas de la Fuerza Aérea y hasta agosto, Juan Cereño fue contratado como instructor militar del grupo de aviación número siete de Cerrillos. El día del golpe, Cereño no quiso hacerse cargo ni del cañón ni del fusil, así que pidió trasladarse al aeropuerto. “No hay negociación. Ofrézcale un avión para que se vaya del país. El avión despega y se cae”, escuchó Botoncito, pálido como si ya estuviera cubierto de su pintura de circo.
En los días siguientes, vio torturas y muertes en el Estadio Nacional, por lo que decidió renunciar y escapar a Perú junto a una docena de personas que arrancaban del país. En sus últimas horas en Arica, se despidieron de Chile tomando vinagre y con Cereño vestido de mujer en un show preparado por los autoexiliados.Imagen
Con un dólar en las manos y las ganas de ser libre, aprendió un poco de magia hasta que un día en el circo Las Vegas con la simple frase “se te ve graciosa la cara, ¿te gustaría ser payaso?”, Cereño cambió finalmente el uniforme de aviador, por uno de tony. Una vez más, las vueltas de la vida habrían llevado a un chileno a entrar en el mundo del circo.
LOS CAMINOS DE LA VIDA
Y fue el mismo Botoncito, junto al mago Julio Romero, el que llevó al equipo de Ilan Oxman, Jorge Rowlands y Alex Berezin a comenzar una investigación sobre la vida bajo la carpa. Los jóvenes dieron con el Sindicato de Artistas Circenses durante del 2005 y desde esa fecha se han dedicado a retratar el glamour a la chilena del nómade arte popular que recorre las calles de pueblos y poblaciones anunciando los más espectaculares shows de hombres voladores, mujeres elásticas y pícaros payasos.
Cual pista donde los payasos juegan a pegarse cachetadas, los tres estudiantes de antropología llegaron a este mundo por las vueltas de la vida y crearon su primer libro lanzado en febrero “La gran familia: Una gira por el circo chileno” (Cuarto Propio, 326 págs.), donde cuentan la historia del espectáculo popular a través de seis voces protagonistas que relatan, ente otras, las vidas de los clanes Aguirre, Lillo -de donde nació el Tony Caluga y toda su descendencia circense- y los Farfán.
Hace unas semanas, nuevamente el Fondart los favoreció y gracias al co-financiamiento de LOM, publicarán en un año una recopilación gráfica de los ciento veinte años del arte ambulante en el país. “Buscamos mostrar que el circo es una tradición popular arraigada en la cultura chilena”, explica Rowlands y es complementado por Berezin: “Siempre uno se acuerda en septiembre del circo porque están aquí y después se convierte en un fantasma, pero ellos están siempre. Queremos reflejar el encanto que tiene, los payasos, los magos, los trapecistas…”, cuenta el antropólogo de 28 años.Imagen
Hasta ahora, han recopilado cerca de 400 imágenes entre fotografías familiares y registro gráfico público, número que espera superar las mil imágenes a fines de año.
Admiten que fueron atrapados por la magia del circo, viviendo en los inicios de su investigación dos semanas en el coreto de la carpa del Golden Circus. Allí donde los payasos ensayan sus caídas, los perros boxeadores practican sus últimos knock outs y las chicas del trapecio arreglan sus lentejuelas, Rowlands y Oxman vivieron por quince días oficiando a veces de fotógrafos, iluminadores, montadores de carpa e incluso de Bob Esponja. El mismo Oxman decidió quedarse tres meses más a participar en un show de trapecios.
OVEJAS NEGRAS A LAS CARPAS
“Un tony puede tener mucha pena pero cuando sale a escena es el más feliz y te hace reír a ti, a ti y a ti. Cuando te dicen ‘te vamos a sorprender’, aunque la hayas visto diez veces, igual te sorprende. Es la ilusión de creer, la fiesta, la alegría, ese glamour bien chileno, bien del pueblo”, cuenta emocionado Berezin sobre el arte popular que en Chile nació a fines del 1800 y que hace un siglo se hacía parte del paisaje urbano en la Plaza Montt de Iquique. Ahí fue una carpa de circo la que alojó a muchos de los obreros que marcharon hacia el norte buscando una mejor vida. Trabajadores que fueron masacrados en la Escuela Santa María de Iquique en 1907.
Historias de amor y de azar han marcado la senda del circo chileno desde sus inicios. Como la vivida por Julio Romero, pintor de oficio que llegó a la pista como locutor y en la carpa del circo alemán Bremen se enamoró de la menor de las hijas del dueño, Mary, con quien después de tantas vueltas a escondidas, se casó y formó un show de malabares. O la del clan Farfán, que comenzó con las peripecias de un joven estibador que gracias a una apuesta, caminó una y otra vez sobre una cuerda entre el puerto de Valparaíso y un barco.
La “oveja negra” de la familia, Rosendo Farfán Muñoz, comenzaba una tradición de bailarines del aire. O el mismo Tony Caluga, como fue bautizado Abraham Lillo, que partió siendo el alma de la fiesta cuando niño y llegó a ser un tony emblema en el país, reuniendo a más de veinte payasos bajo su carpa, creando una prole adicta a los colores y las luces, que continúa hasta el día de hoy.
ImagenLa llegada de la televisión para el Mundial del ’62 hundió el cielo de las carpas. Siguieron trabajando, aunque nunca más verían la cantidad de público que alguna vez tuvieron. Tampoco habría tantas carpas juntas. Las dificultades para asentarse en las comunas aumentaron, e incluso algunos prefieren pagar las multas que los permisos, por el alto valor de los últimos. Además, han perdido beneficios como el apoyo al transporte en ferrocarriles que en algún momento los ayudó a reducir hasta en un 40% los gastos.
“No se les da el espacio ni la visibilidad que el circo tradicional se merece. Desde el gremio nos han dado muchas facilidades porque queremos aportar a que se conozca su mundo, que la gente vea que detrás de la carpa hay algo más”, explica Rowlands sobre las 120 carpas que ocupan Chile actualmente según el Sindicato de Artistas Circenses -uno de los más antiguos del país-.
“El circo está vivo, tiene una gran historia pero también un tremendo presente. Sigue ahí, sigue luchando”, dice el antropólogo que de tanto saborear el circo, se convirtió en trapecista.
Fuente: La Nación
Libro sobre la Historia del Circo Chileno
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