miércoles, 19 de julio de 2006

Zapatos

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Miró que sus polvorientos zapatos estaban rotos, tenían agujeros a ambos lados y que no podría evitar que entraran tierra y piedrecillas. Pero nada impediría que continuara jugando con la pelota de trapo hasta que oscureciera.
En el preciso instante en que se disponía a ejecutar un tiro libre, reconoció a lo lejos la voz de su madre que, desde la puerta de su casa, gritaba su nombre. Se dispuso a patear lo antes posible, ya que aquel llamado daba por terminado el partido. No porque él fuera importante como jugador, sino porque él se llevaba el balón que había construido con unas pilchas viejas e inservibles sacadas de su casa.
Una vez dentro, su madre dijo:
- Te he repetido que esos zapatos son para la escuela, no para jugar en la tierra.

Sin ningún comentario y ocultandole los rotos zapatos, caminó hasta el pozo séptico en donde estaba dispuesto un balde con agua traída del pilón, para que se aseara.

- Te dejaré un paño con grasa para que los lustre -dijo cariñosamente su progenitora.- Manaña cuando te levantes me ayudas a traer agua y luego te vas a clases.

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